El hombre lobo
Todos quisieron bailar con el hombre lobo y saludarle como rey de la fiesta... Recibe el premio al mejor disfraz y se marcha dando aullidos. Se quita máscara y piel con relleno. Mientras se apea de los zancos y le muestra, feroz, las garritas, el perro del chalet le ignora.
Al final es el perro el que demuestra más criterio. Con o sin disfraz, este lobo no consigue engañarle. La indiferencia que demuestra el mejor amigo del hombre tendría que hacer recapacitar a más de uno que se empeña en aparentar lo que no es. Un relato sutil e irónico, Eduardo. Abrazos.
ResponderEliminarHola, Pepe:
EliminarLas falsas apariencias, sí, esos velos a la personalidad integral que al cabo se delata y dice que lo fingido no cuela, que lo que se es verdaderamente manda y se impone con rotundidad.
Gracias por tu comentario y un abrazo bien grande.
¿Algo así como "menos lobos", que se dice?
ResponderEliminarMe ha gustado, Eduardo, tu simpática creación que apunta entre líneas su moraleja y humor.
A otro perro con ese hueso, o con ese collar. Con el ridículo disfraz. Esto es lo que, más o menos, parece pensar el incisivo chucho del chalet. Tan sabio él que ni siquiera necesita memorizar el modismo que con su comportamiento pone en juego. Simplemente ha olfateado, como buen sabueso, la escena y sacado sus propias conclusiones. De ahí la indiferencia y el elocuente, espontáneo, desdén. ¡Guauuuuu por él!!!
Y por ti. Con un fuerte abrazo.
Hola, Carmelo.
EliminarGracias por tu comentario, incisivo y hondo como siempre. Se dice que aunque el habito no hace al monje predispone a los demás a que lo tomen por tal. El perro del chalet es el que contempla la desnudez del mito, cómo se va quedando en lo que es, ni hombre ni lobo temible siquiera. Ese aparentar del lobo juvenil se ha caído estrepitosamente como su afán de protagonismo. Ha conseguido engañar a los que no son de su naturaleza, pero no al sabueso. Lo que no puede discutírsele es su habilidad para bailar con los zancos, cosa nada sencilla.
Un abrazo bien grande.
Se puede engañar a muchos durante un tiempo, pero nunca a todos todo el tiempo. Aquello de "aunque la mona se vista de seda..." también viene al caso. Resulta una ironía que quien ha triunfado disfrazado entre los hombres, no solo no sea capaz de empatizar mejor, con su apariencia canina y fingida, con su mascota, sino que ésta no le recibe con la alegría, el cariño y la devoción que suelen tener los perros hacia sus dueños. Su indiferencia es un jarro de agua fría para quien había creído alcanzar el éxito absoluto. Con su sencillez y sinceridad, el perro le pone en su lugar y demuestra que el mundo humano está trufado de un exceso de artificialidad y complicación innecesarias. Todo lo cual no quita para que, puestos a ser depredadores y agresivos, los hombres sean los seres más dañinos del planeta.
ResponderEliminarBajo la falsa sencillez de un suceso en apariencia trivial, en esta historia, original y expresiva como todas las tuyas, se vislumbra una realidad profunda, que puede hacer tambalearse muchas conductas.
Un abrazo fuerte, Eduardo
Hola, Ángel:
EliminarNo se puede engañar eternamente, ni siquiera en un corto lapso temporal a veces. La naturaleza auténtica sale a relucir como un sol que lo clarifica todo.
Razón te sobra al señalar que el mundo humano está rebosante de superficialidad y de complicación excesivas. La vida, cuanto más sencilla, más verdadera y satisfactoria.
Aparentar o tratar de aparentar lo que no se es supone un síntoma de debilidad y el apego exagerado al triunfo, algo similar. El protagonista incurre en ambos desdoros. Hay que ser naturales como la buena vida misma. La mayor parte de la posible felicidad tiene ahí su asiento y residencia.
Gracias por tu comentario, profundo y animoso. Con un abrazo muy fuerte.
¿Será que necesitamos disfrazarnos de lo que no somos para alcanzar el triunfo? ¿Y que cuando nos quitamos el disfraz perdemos la confianza que perdimos una noche de luna llena? Amigo, esconde las garritas y saca las zarpas, aúlla hasta que te quedes ronco y cambia de mascota.
ResponderEliminarFdo.: La Maga del Siam.
P.D.: ¡Qué bueno!
EliminarAbrazos, Eduardo.
Bueno, a una maga como lo eres tú conviene hacerle caso y seguir al pie de la letra sus sugerentes instrucciones. Trataré de hacer cuanto me recetas. Lo de la mascota es lo más sencillo: no tengo mascota.
EliminarBesicos muchos.
P.D.: Gracias por tu comentario, Patricia.
EliminarMás besicos.
Reacción canina devastadora que actúa como efecto bumerán. La indiferencia puede ser la mejor opción para poner a algunos en su sitio. Enhorabuena, Eduardo.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola, Josep:
EliminarGracias por tu presencia en mi humilde rectángulo. Exacto comentario el tuyo. No hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Y en eso consiste la indiferencia, ese arma letal contra el desenmascarado. Que le haga reflexionar acerca de su conducta, eso ya es harina de otro costal.
Un abrazo grande.
Nada como el olfato canino para detectar la arrogancia y la superchería de la que se valen los reyes del mambo, o de la fiesta. Su indiferencia expresa el poco valor del artífice.
ResponderEliminarUn texto para profundizar en la vanidad y el engaño. Felicidades, Eduardo. Y un beso grande.
Hola, Carmen:
EliminarNo hay simulador que no sea al cabo detectado y situado en el lugar que le corresponde. La vanidad ese pecado universal y efímero. Y su contrapartida, el no dárselas de nada, el obrar con naturalidad.
Gracias por tu comentario y un beso grande también para ti.
Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
ResponderEliminarSólo el que si sabe lo que es,(el perro) se da cuenta del engaño bajo el disfraz.
Un besibrazo, Eduardo.
Así es exactamente. De lo que uno se vanagloria es de lo que le está faltando. La eterna feria de vanidades en que el mundo consiste.
ResponderEliminarMaría, un gran besibrazo.
Es una suerte para los perros carcer del cinismo de los humanos. También lo es la aceptación de los que son, de sus patas cortas, o su pelo hosco, o su mandíbula prognática, con la misma naturalidad que si las tuvieran largas, o su pelo fuera sedoso y acariciable, o su mandíbula superior ocultara esos dientes inferiores rebeldes que asoman.
ResponderEliminarTu texto hace reflexionar, Eduardo, mucho.
Un abrazo.
Hola, Paloma.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, siempre diferente, siempre extraordinario. El cinismo es marca de la casa de los humanos. Y lo ejercitan casi constantemente. La naturaleza y la animal tiene mucho que enseñarles y que, algunos, bastantes, muchos, ignoran a más no poder.
Hay que reflexionar, claro, y mucho, es la verdad.
Un beso bien grande.
De tu microcuento pueden inferirse varios temas, Eduardo, para empezar el de la soledad que a veces conlleva la fama, el de esas vidas que, en su intimidad, son fracasadas y penosas y que, sin embargo, la gente ve como exitosas y deslumbrantes porque han triunfado en su profesión y ganan muchísimo dinero. Todos sabemos de ellas. Pero la envidia es mala compañera, pues quizá a quien envidiamos es mucho más desdichado que nosotros y sería una enorme desgracia que nos cambiasen su vida por la nuestra.
ResponderEliminarLuego está el tema del disfraz o de la máscara, aunque en tu microcuento el disfraz parece apropiado, pues tu protagonista se lo ha puesto para ir a una fiesta –aunque se podría profundizar también a este respecto-, bien es cierto que todos, por simple supervivencia, en ciertas ocasiones, nos ponemos alguna máscara para protegernos en ambientes hostiles, sería aquello del poema de Nicolás Guillén de abre la muralla, cierra la muralla, según con quién tengamos que vérnoslas, como cantaba Ana Belén.
También apuntas cómo intentamos parecer quienes no somos, cómo nos atribuimos méritos que no nos corresponden, hoy en día ese ejemplo lo tenemos a mano con los falsos títulos y los currículos hinchados de los políticos; esos ‘disfraces’ resultan penosos y dan vergüenza ajena, y más cuando se empeñan en eso de “sostenella y no enmendalla”, hasta que la realidad se los lleva por delante, y uno siente vergüenza ajena por sus bravuconadas anteriores y por no haber tenido la decencia de reconocer su falta y dimitir.
También veo ese afán de la gente de acercarse al famoso, de hacerle la rosca, de aclamarlo quizá con el mismo entusiasmo con el que luego, si cae en desgracia, lo insultarán y denigrarán. Ejemplos recientes de esto último también tenemos a mano.
Por tanto, se induce que, finalmente, uno sólo tiene lo que verdaderamente es, lo que luche por mejorar honradamente; uno sólo tiene a las personas que le quieren desinteresadamente y que, en el caso de que tropieze y hasta de que cometa un grave error, sabrán estar a su lado y ayudarle, otra cuestión sería que uno se empecinase en sus yerros y su soberbia.
Así que, finalmente, en tu microcuento, ese perro es el que pone las cosas en su sitio, pues él sí que hubiese sabido corresponder al amor de su amo si este se lo hubiese dado, pero, al parecer, lo tiene medio abandonado mientras busca esos aplausos espurios.
Estupenda la historia y las enseñanzas que transmite, Eduardo. Un abrazo fuerte y que tengas una buena estación otoñal.
Hola, Enrique:
EliminarCon tu hondas sapiencia, ciencia e inteligencia realizas una succión, vuelta exégesis, que engrandece sin lugar a dudas mi texto humilde. Gracias inmensas por ello.
Todo cuanto afirmas es rigurosamente cierto. La soledad tan ligada a la fama. Lo que en apariencia es triunfo y no es más que desdicha en definitiva. El triunfo y el dinero, tan impostores. La envidia como mecanismo truncado, pues el envidiado podría perfectamente ser el envidioso.
La cuestión del disfraz y su uso legítimo, en defensa propia frente a otros en determinadas ocasiones. La de las falsas apariencias, el mostrarnos ante los demás como no en realidad somos. Cierro la muralla.
El tema de los méritos inflados y apócrifos y el sonrojo que suscitan y ese empeño en defender a ultranza lo que se ha demostrado maquillaje fallido.
El capital que uno tiene que es su modo de ser verdadero y su afán de superación para las cosas buenas de la vida; así como saber valorar a loa que le quieran con desinterés y estén dispuestos a echarle una o las dos manos si es menester hasta en caso de yerro o tropezón.
El perro del chalet es el único razonable, ecuánime.
Abro la muralla a tu comentario del texto que lo pone en valor y lo estira y enaltece. Da gusto escribir en espera de tu comentario. Abro del todo la muralla para él, para ti.
Feliz otoño para ti también con un abrazo muy fuerte.
Guauuuu! magnífica fábula y moraleja aunque a mí me ha dolido un poco la indiferencia del grandote al pobre chiguagua. También tiene derecho a sentirse "rey por un día", hombre! Se me ha venido a la cabeza que, esa indiferencia, es la venganza porque un día el perro grandote se disfrazó de cocodrilo. Al chiguagua le entró una aguda incontinencia urinaria y fuertes espasmos de estómago por la risa que le produjo la ridícula estampa del mastín de chalet, el cual aún no se lo ha perdonado, tal y como se puede apreciar en tu magnífico cuento/fábula.
ResponderEliminarMancantao! amigo Edu.
Un abrazo y medio muy fuerte.
Hola, Isidro.
ResponderEliminarA mí "mancantao" tu versión del asunto, original y humorista y hasta real si me apuras. Has demostrado tu ingenio a raudales y has construido un cuento/fábula de lo más interesante. La venganza, por modo de indiferencia, del perro del chalet, que se la tenía guardada al enano.
Amigo Isidro, dos abrazos doblemente fuertes.
Somos pura apariencia. Ni bueno ni malo me parece. Ya se sabe de antemano que participar de lo mundano requiere un ejercicio fino de habilidades sociales para no sucumbir en el intento. Cada cual se calza su disfraz con la intención de ascender en el aire como el globo más bello y mejor. Luego, la realidad de los hechos pone las cosas en su sitio. Sin la máscara social, somos como cualquier otro perro sin collar.
ResponderEliminarEstás lleno de sabiduría y de buenas, amigo Eduardo. Este da para llenar el pozo de las reflexiones. Esto y un fuerte abrazo, amigo.
...y de buenas letras
EliminarHola, Manuel, monarca de las 50 palabras.
ResponderEliminarGracias por tu generoso comentario. A ti te lo cuento el primero en esta sede: me veo forzado a dejar temporalmente la literatura. Me ha pillado una depresión de caballo, estoy en tratamiento y parte de la medicación me resta memoria y concentración, de manera que me cuesta un esfuerzo ímprobo escribir. Mañana lo comunicaré a Álex y al resto de compañeros y compañeras de quien tanto he aprendido y tanto cariño me han demostrado. Espero que esto dure poco, ya veremos.
Un abrazo inmenso, gran amigo mío.
Siento muchísimo tu situación, Eduardo. Todo es pasajero. Los fármacos y el tiempo obran milagros, así como el cariño que todos te profesamos. Sé de lo que hablo. También me siento compañera tuya en estas lides. Descansa, cuídate mucho y ya verás cómo llegan tiempos mejores.
EliminarBesos y abrazos miles.
Gracias, Carmen. Espero esos tiempos mejores, aunque ahora estoy hecho una piltrafilla. Besos muy cariñosos para ti.
EliminarQuerido amigo Eduardo, me duelo contigo por esta enfermedad que te ha pillado. Los sensibles somos frágiles y acusamos en el ánimo el cambio de raíl del tren que nos lleva por la vida. Siento también que te veas en la necesidad de aparcar tus letras, pero puedo entenderte, el silencio es, a veces, la única cura que requiere nuestra alma dolida. Tal vez ella se canse y se duela de vivir a tanto ritmo y nos pide retiro para deshojar tiempos marchitos, para reencontrar el pulso perdido, para reinventarse. La enfermedad, bien entendida, no es sino otra forma de pensarse.
EliminarNo dudo que tu voz, aunque callada, explorará nuevas latitudes. Los poetas sabemos que los infiernos abonan de ceniza los campos que el invierno prepara para el advenimiento de la primavera. Volverán tus letras por los altos andamios de las flores. Y volverás, amigo, y te estaremos esperando.
Cuídate y deja que te cuiden. El amor es buen doctor y las palabras, bellas y preciadas enfermeras. Recuérdalo: las escribas o las leas, aunque solo las sientas, las palabras sanan.
Así que te mando amor de amigo con las mías. Desde hoy, se sientan ahí donde estés, contigo, y te acompañarán siempre que quieras. También yo estoy para recibirte, ya sabes mi correo.
Esto y un abrazo muy muy fuerte, Eduardo.
Nado hacia tu costa, hasta el límite de mis fuerzas, en un mar inmenso.
EliminarEstoy contigo, ya lo sabes, Eduardo. Siempre.
Gracias, Manuel. Gracias small fish. De todo corazón.
EliminarQuedo varada en tu costa para siempre, mi queridísimo Eduardo, con un beso inmenso y eterno.
EliminarTe quiere y quiere,
Nuria RG , tu Small Fish
Esos lobos por fuera y hombres por dentro abundan en nuestros bosques de asfalto. La piel social con la que nos protegemos y con la que pretendemos una mayor consideración de nuestros semejantes, del tipo que sea, curiosamente es también la que más nos aleja de nosotros mismos, de nuestra valiosa peculiaridad.
ResponderEliminarEs un gran relato de un gran escritor, Eduardo. Tienes un don para empaparte de la belleza circundante y convertirla en palabra a través de tu enorme sensibilidad. Pero ésta tiene un reverso; la depresión, que se suele cebar con los sensibles y atacar a quienes tienen las puertas del sentimiento abiertas de par en par.
Lamento mucho que ese maldito cáncer del espíritu se haya colado en tu ánimo, seguro que pronto podrás superarlo.
Solo una cosa, replanteate lo de dejar escribir; es la mejor de las terapias.
Un fuerte abrazo.
Gracias, querido Antonio. A ver si saco fuerzas, aunque sea de las tripas del alma, caballero de la palabra en el pecho, cuanta razón tienes.
Eliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=euSoMLd4UT4
ResponderEliminarEres mucho, Patricia, mucho. Me pasaré por ahí en cuanto me suba la bilirrubina. Estoy en plan guiñapo y muy aturdido. Pero voy a pelear, te lo aseguro.
EliminarYo siempre te esperaré, amigo mío.
EliminarEduardo, cuídate mucho. Seguro que muy pronto estarás otra vez al pie del cañón. Ahora lo importante es que te recuperes. Iba a comentarte el micro, cuando he leído lo que te ocurre. El texto, genial, como es habitual en ti. Ocurrente, original y con su correspondiente moraleja. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarPor lo demás, te deseo lo mejor de lo mejor hasta que regreses.
Muchos besos, de corazón.
Gracias, María José. También de corazón.
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