En plena maraña
Allí estaba, donde solía, meditando solitaria en aquel oscuro rincón. Se sentía observada, la mayoría de las ocasiones con asco por quien la descubría. Acosada otras y obligada a emprender la huida casi siempre, retornaba a casa para, con resignación, bisbisear entre quelíceros:
—Para mi desgracia, ni las moscas pasan.
—Para mi desgracia, ni las moscas pasan.
Pobre animalito quelicerado! No puedo más que agradecerte el doble disfrute que me ha producido la lectura de este relato. Por una parte la fina ironía que desprende, y por otra el haber ampliado el conocimiento de palabras ignotas. Abrazos, José Antonio.
ResponderEliminarHola José Antonio:
ResponderEliminarQué palabras más bonitas y más bien usadas. Siento empatía por un bichín por el que, normalmente, suelo tener bastante asquete... Genial.
Saludos
Qué aburrido tiene que ser esperar a que la comida venga sola a tu casa, si quiere, claro. Salvando las distancias, me ha recordado a un taxista en una parada, o en la puerta de un hotel, siguiendo una estrategia muy diferente a la del que elige ir a buscar a sus clientes por las calles. Como Walt Disney, has conseguido personalizar a un animalito, el mérito es que además hasta nos cae bien, cuando lo usual es lo contrario.
ResponderEliminarUn abrazo grande, José Antonio