Rutinario
Cada mañana subía al mismo autobús, bajaba en la parada de siempre y acudía cabizbajo a su despacho de la primera planta. Aquel día decidió lanzarse escaleras abajo cuando terminó la jornada. Unos cuantos días de reposo y cambio de rutina bien valían la pena un par de huesos rotos.
Pues yo digo que no, ni por un cambio de rutina, vale la pena un solo hueso roto. Y te lo digo por experiencia presente.
ResponderEliminarBuena suerte para el relato y un besito virtual, Ana Belén.