Vivir para escribirla
Había sido la fundadora de una insólita estirpe en la ciudad de los espejos. Soportó treinta y dos guerras civiles y la peste del insomnio. Pero no sobreviviría al diluvio.
Ahora un reguero de tinta resbalaba del escritorio donde se marchitaban las flores amarillas, tiznando de luto los pies descalzos.
Ahora un reguero de tinta resbalaba del escritorio donde se marchitaban las flores amarillas, tiznando de luto los pies descalzos.
Un homenaje al gran Gabo y a una de las mejores novelas de todos los tiempos, tomando como protagonista a la fundadora de Macondo, ciudad imaginaria y mítica. Mujer de claras convicciones y gran fuerza, podríamos decir que columna vertebral de una estirpe, aguanta mil envites de los hombres y hasta de la salud. Al final, tras una vida larga, queda su huella.
ResponderEliminarTodos hemos imaginado a García Márquez en su escritorio, con esas flores amarillas, todos hemos envidiado esa capacidad de crear un mundo propio, trágico y maravilloso. Tu hermoso y respetuoso relato, tan bien engarzado, me ha despertado las ganas de releer al maestro. La vida tiene sentido cuando se vive para escribirla
Un abrazo, Carmen
Has trazado las líneas fundamentales de la gran matriarca de la novela: sus convicciones, su fuerza, su capacidad de resistencia a todos los males y epidemias que le va planteando la trama argumental. Aun alcanzando una gran longevidad, en algún momento tuvo que deshacerse de su existencia el autor. Ella misma anunció que no sobreviviría al larguísimo diluvio. Al finalizar, García Márquez escribió, muy a su pesar, las páginas de su muerte. Hay una anécdota, contada por él mismo, en la que el día en que tuvo que redactar esas líneas salió desconsolado de su escritorio. "Mercedes, he matado a Úrsula." Este momento es el que he querido recrear en el micro. Gabo vivió para contarla, pero también lo hizo para escribirla, para sufrirla.
EliminarSiempre es una buena decisión releer la novela que nos ha enamorado a millones de lectores.
Muchas gracias por tu comentario, Ángel. Un fuerte abrazo.
Úrsula Iguarán nunca pudo imaginar que su saga sería la más famosa de la literatura mundial. Pero el apellido que perdura es el de Buendía, claro. Un precioso relato para homenajear al gran escritor y su obra. Abraçades, Carmen.
ResponderEliminarDe un plumazo evocador de ritmo poderoso, acabas de levantar de su tumba a dos personajes inmortales. A la inenarrable Úrsula, al inmenso narrador Gabriel García Márquez.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Carmen.
La pluma prodigiosa de García Márquez es la que he venido a evocar con el micro de este mes. Y su dolor, como novelista, al tener que desprenderse de uno de sus personajes predilectos.
EliminarUn fuerte abrazo, Manuel.
Siempre recordamos el apellido Buendía, como bien dices, pero también sabemos que esta familia literaria se nutre de la fuerza, la perseverancia y la generosidad de una mujer, Úrsula Iguarán, capaz de cuidar de los suyos y de los ajenos, protectora de cuanto personaje se acercara a la casa, imperturbable ante los desmanes de las guerras y ante las más disparatadas actitudes de su prolífica estirpe. Este es el momento en que ella abandona la vida. Aún queda novela hasta la desaparición total de Macondo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Pepe. Abraçades.
Pepe, se han cruzado, por simultaneidad no planificada, mi respuesta a tus palabras y el comentario de Manuel.
EliminarDesorden espacial, que no temporal.
Lo bueno del microrrelato, por lo general, no es tanto lo que se cuenta en tan pocas palabras, como lo que se sugiere o se evoca. Tu relato es un ejemplo de evocación para florilegio.
ResponderEliminarMuy bueno, amiga.
Dos abrazos.
Muchas gracias, Isidro. Evocación del personaje de una novela única y, sobre todo, evocación del novelista en su escritorio, fiel a la trama a su pesar.
EliminarY dos abrazos más, amigo.
Me encanta tu relato, Carmen. Desde que leí el título, con ese paralelismo con el de la autobiografía de Gabo, supe que venía algo especial, y así fue, un trozo de realismo mágico de la más alta calidad. Mi enhorabuena por tan brillante micro.
ResponderEliminarUn beso.
Pablo
Muchas gracias, Pablo. Releer, evocar o imaginar a Gabo en su escritorio, con sus flores amarillas y los pies descalzos, como era su costumbre, era algo que me apetecía. Si alguno de vosotros lo disfruta, aunque sea un poco, tanto mejor.
ResponderEliminarOtro beso de vuelta.
Confieso que no he leído a García Márquez, tengo demasiadas cuentas pendientes con la literatura, pero tras el comentario de mis leídos compañeros es cuando aprecio en toda extensión tu relato, aunque para descubrirme ante tu último párrafo, no me hacen falta otras lecturas.
ResponderEliminarUn abrazo, Carmen.
Todos tenemos un sinfín de lecturas apetecibles pendientes. Necesitaríamos más vidas, porque una no da para tanto. El día en que encuentres la oportunidad de sumergirte en sus páginas no vas a poder salir indemne a la superficie. Casi que te envidio el placer de la primera vez. En cuanto al segundo párrafo, poco invento. Gabo sufrió al escribir la muerte inevitable del personaje.
EliminarMuchas gracias por tu generoso comentario, Antonio. Un fuerte abrazo.
Lo primero que me ha recordado tu microcuento es que tengo pendiente de leer Vivir para contarla, del gran Gabo, además de infinidad de obras maestras, el irse al otro mundo sin haberlo hecho es algo que apena, así que si existe un paraíso tras esta vida debería ser el que imaginó Borges, o sea, una biblioteca infinita.
ResponderEliminarDe eso se lamentaba Canetti cuando, en su vejez, miraba su biblioteca con miles de libros, sabiendo que necesitaría muchísimos más años de vida para poder leer todos los de interés que aún tenía pendientes.
Me consuela un tanto a este respecto el que ayer, en Babelia, el suplemento literario de El País, el poeta y erudito Pere Gimferrer, dijera que últimamente se ha dedicado a rellenar lagunas, en lo que a sus lecturas se refiere –si él tiene lagunas el resto debemos de tener océanos-, y citaba tres grandes obras literarias que tenía pendientes de leer: La señorita de Ivo Andric, Enrique el verde, de Gottfried Keller y Los Maia, de Eça de Queiroz. Diré que no he leído ninguno de los tres libros, y de Keller no he leído nada.
En cuanto a tu relato, es un gran texto poético y un hermoso homenaje a Gabo –parece mentira que lleve ya más de cuatro años muerto- a su magna obra y a ese gran personaje femenino, así como al hecho de escribir y al de leer, y a los rituales de cada cual con respecto a esas dos actividades que nos obligan a quedarnos solos con nosotros mismos; aunque, a poco bueno que sea el libro, nunca estamos mejor acompañados, otra cuestión ya es cuando uno se pone a sacar cosas de su cabeza e intenta crear un pequeño mundo que tenga algo de atractivo.
En cuanto al momento que recreas, me parece paradigmático con respecto a cómo los grandes escritores viven con sus personajes y, seguramente, les toman tanto afecto como a las personas vivas que son importantes para ellos.
No sé si ya lo he escrito aquí en algún comentario, pero parece ser que Balzac, en su lecho de muerte, solicitó ser atendido por uno de sus personajes, el doctor Benassis. Quizá sea una anécdota apócrifa, pero, como dicen los italianos: “Se non è vero, è ben trovato”. Si no es verdad está bien hallado.
Felicidades por este magnífico homenaje a García Márquez. Te envío desde Burgos un abrazo más que otoñal, invernal, pues hace un frío que ya me ha hecho pensar en la bolsa de agua caliente para los pies.
Tantísimas lecturas pendientes y tan poca vida para leerlas. Si para Gimferrer o para el mismísimo Borges -que se jactaba más de lo leído que de lo escrito-, los libros pendientes son un universo infinito, para los simples aficionados como yo el tiempo se agota como arena entre las manos sin poder alcanzar las anheladas páginas. Julian Barnes, muy conocido por su magnífica obra El loro de Flaubert, escribió otro libro que me sedujo mucho en su momento, Una historia del mundo en diez capítulos y medio. Haré un esfuerzo, porque la memoria también es limitada, para recordar aquí uno de los capítulos en los que a los seres humanos se les daba la oportunidad de una vida eterna tras la muerte. Quienes elegían el consumo desmedido, por ejemplo, acababan hartos de ir satisfaciendo todos sus caprichos. Recuerdo especialmente a los lectores. Tenían a su alcance todos los libros escritos durante la Historia de la Humanidad. Leían ávidamente, organizaban debates, clubes de lectura... La conclusión a la que llega el autor inglés es que eran los más felices y los que más tardaban en aburrirse; pero también a ellos les llegaba la hora de la renuncia.
ResponderEliminarEn cuanto a la autobiografía de García Márquez, Vivir para contarla, me la autorregalé para pasar la convalecencia de una operación. Los puntos ni me dolían. Fue un inmenso placer. Ahora no sé decirte si fue ahí, en otro libro o en una entrevista donde leí el inmenso sufrimiento que supuso para él escribir, contar, la muerte de Úrsula Iguarán, trasunto literario de su abuela materna, a la que reconoce deberle el arte de contar oralmente historias prodigiosas.
Preciosa la petición de Balzac en su lecho de muerte. Enorme el comentario que me dejas, Enrique, como todos los tuyos. Eres lector privilegiado con una memoria envidiable. Y siempre tan humano y generoso.
Mil gracias. Al Mediterráneo aún no ha llegado el frío, solo un sol tímido en ocasiones. Un fuerte abrazo otoñal.