Amor filial
Dos hombres arrastraron el cuerpo sin vida por la arena, un rastro de sangre fue señalizando el recorrido; al poco, desaparecieron tras una puerta. En el graderío, la muchedumbre aplaudía y vociferaba excitada. Sólo un muchacho, con el rostro escondido entre sus manos, lloraba desconsoladamente: era el hijo del gladiador.
Magnífico relato,con palabras dibujas una imagen y expresas el dolor de ese hijo que ve como lo pierde todo mientras los demás ríen y aplauden.
ResponderEliminarUn cordial saludo Enrique.
Hay escenas en la historia que uno se pregunta si quienes las vivieron eran seres de carne y hueso como nosotros, y parece ser que sí, de hecho, ahora mismo, en el mundo, no dejan de sucederse crímenes espantosos.
EliminarAlgo ha debido de fallar en el encaje de esas partes que componen el cerebro humano para que alcancemos tales cimas de horror. Esa es una de las grandes preguntas de la existencia: ¿por qué existe el mal?
Muchas gracias por tu comentario, Pilar, y un cordial saludo de vuelta.
Enrique, tiene fuerza tu micro, llega y duele. ¿Qué más se le puede pedir?
ResponderEliminarNo es ahora, sino hace dos mil años; no era un toro, sino un gladiador, una persona, un padre de familia. Un esclavo al servicio de la diversión de la chusma en el circo romano. ¡Ah! y el hijo. En él, en sus lágrimas amargas, se condensan las emociones de quienes leemos y sentimos este cruel relato. O mejor, este relato cruel.
Un fuerte abrazo!
Veinte años no es nada, decía el tango, tampoco lo son dos mil a nivel evolutivo, de hecho, somos de anteayer, y desde que un homínido se puso de pie hasta ahora hemos cambiado el planeta como ninguna otra especie lo ha hecho, hacia dónde vamos ni nosotros mismos lo sabemos.
EliminarAsí que esos ciudadanos del Imperio Romano que acudían a los anfiteatros para saciar su sadismo y su morbo con espectáculos sangrientos eran como nosotros. De hecho, sólo hay que echarle una mirar al pasado siglo veinte para echarse a temblar sobre el horror que somos capaces de crear.
El paralelismo que estableces entre las luchas de gladiadores y otras crueldades que divertían al populacho romano y los toros creo que es muy pertinente. Mismamente, el otro día veía por televisión cómo unos bestias, en una de esas fiestas que tan típicas son en nuestro país, hacían sufrir a un pobre animal para divertirse. Y como dijo Saramago: “Si te gusta ver cómo está sufriendo un animal... entonces no eres un ser humano, eres un monstruo”.
Muchas gracias por tu comentario, Carmelo. Un fuerte abrazo de vuelta.
Me ha gustado tu relato, Enrique. La palabra cincuenta revela el nudo del relato, la triste vida del condenado a morir matando. Sentimientos contrapuestos, el de la muchedumbre y el del que esconde su rostro entre las manos. Sed de sangre por un lado y amargo dolor por otro. El amor filial del título no puede mostrarse a cara descubierta, lo que lo hace todo aún más duro.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una muchedumbre enorme se divierte mientras unos hombres luchan y mueren ante ella. Cómo no recordar la frase aquella de Ave César, los que van a morir te saludan, la cual, como sobre muchas otras frases y anécdotas famosas hay dudas de que fuese real, pero que, como suele decirse en italiano: se non è vero, è ben trovato, es decir, si no es verdad está bien hallado.
EliminarDeja muy poco margen para la esperanza imaginarse a toda esa gente que se divertía viendo morir a otros, al igual que lo dejan otras épocas terribles de la Historia en las que el ser humano se parece a esos demonios inventados por su imaginación. Pero así fue, así somos aun hoy, quizá debido a un número inimaginable de carambolas cósmicas, pues la crueldad y el mal están bien presentes en nuestra actualidad.
Muchas gracias por tu comentario, Josep
Un abrazo de vuelta.
Pan y circo. Las masas enardecidas por la visión de la sangre, la crueldad como espectáculo, los esclavos al servicio del inmenso poder del imperio. Y solo un niño se tapa el rostro para no contemplar el horror. El hijo del gladiador no puede soportar tanto dolor en medio de la brutalidad humana. Esto ocurría hace siglos, pero el espectáculo de la violencia sigue teniendo adeptos en sus múltiples formas, llámense lapidaciones públicas o maltrato de animales. De los taurinos tenemos una larga tradición que aún perdura.
ResponderEliminarTu relato destaca la crueldad humana en contraste con el sufrimiento del niño. Aunque lo ubiques en época romana, sigue teniendo vigencia y nos conmueve ese dolor.
Durísimo, magnífico, una denuncia de la manipulación del poder y de los peores instintos del ser humano. Felicidades, Enrique. Un fuerte abrazo.
Panem et circenses, por decirlo en latín, la misma civilización que dio a Virgilio, a Horacio, a Ovidio, a Tácito, a Marco Aurelio, se complacía en tales bestialidades.
EliminarLas masas tan peligrosas, tan irracionales, tan dadas a los espectáculos cruentos, a los excesos de sangre y crueldad... Da miedo esa fuerza dormida que, en momentos de crisis, un demagogo con carisma y poder de seducción se puede llevar al huerto del horror como el flautista de Hamelín se llevó a los niños.
Lo de las luchas de gladiadores, las naumaquias, los esclavos sacrificados..., sin olvidar a los pobres animales que han tenido la mala suerte de tener que compartir este planeta con nosotros, es de una crueldad que escalofría, pero que no ha cesado, que se ha vestido con otros ropajes, y que, como bien apuntas, la tenemos hoy mismo en espectáculos públicos que te revuelven las entrañas. El porqué de esa tendencia se me escapa, el cómo se nos cablea el cerebro según avanzamos por la vida para convertirnos en seres tan deleznables y feroces me lo tendrá que explicar la ciencia, o un ser muy superior venido de otro lugar del universo o de otro mundo.
Muchas gracias por tu comentario, Carmen. Un fuerte abrazo de vuelta.
Las realidades de entonces se reeditan ahora. Cambiamos el entorno, los personajes, incluso la situación... y seguimos viviendo la misma tragedia. Grande, Enrique.
ResponderEliminarSí, el mundo gira y todos dentro de él, como cantaba Formula V, pero ese girar es como el de un tiovivo, pues los caballitos del horror retornan una y otra vez al presente, las masas siguen necesitando la crueldad, el sufrimiento de animales y de personas, y eso, a quienes así se sienten, los desacredita como seres humanos.
EliminarQuizá sería necesario un nuevo Spielberg para que les diese una oportunidad a los neardentales, al menos, en la gran pantalla, porque nosotros arrastramos una colosal carga de espanto.
Muchas gracias por tu comentario, Salvador, un abrazo.
Solo cincuenta palabras y un montón de sentimientos. Enhorabuena!
ResponderEliminarNo sé si cincuenta palabras valen más que una imagen, pero en esta página se han escrito grandes cosas en cincuenta palabras. En lo que atañe a mi relato, esa situación, que parece tan lejana en el tiempo, a nada que se piense, está ahí mismo, es de anteayer, como lo somos nosotros a nivel cósmico, y esa crueldad que revela unas graves carencias en el ser humano, es un hecho para reflexionar acerca de los porqués de tales abismos en ese órgano llamado cerebro.
EliminarMuchas gracias por tu comentario, Loli. Un abrazo.
Detrás de cada situación desgarradora alguien sufre. Esa es la ventana invisible a la que no accedemos normalmente, de ahí que tu relato sea tan fascinante en este punto, porque trasciende la irrelevancia de lo circunstancial, empatiza con el dolor anónimo y revela la cara oculta donde se desatan las consecuencias de los actos.
ResponderEliminarLa situación que nos planteas tiene suficiente garra y hechuras como para que el momento relatado se convierta en paradigmático. Detrás de cada ahogado en el mar hay hijos, madres, seres queridos dejados atrás que lloran sus lágrimas en silencio; sucede con aquellos que mueren en la carretera en el descuido mortal de un accidente; en el que se arroja al vacío y pone fin a su vida incapaz de contemplar el desgarro en el pecho de la mujer, del hijo, del amigo que llorará su tiempo de duelo.
Es trágico y a la vez sublime tu relato, Enrique.
Lo marco. Ya volveré a él con más tiempo. Tiene muchas lecturas y matices que apreciar, pero ando muy justito de reloj.
Un abrazo grande. Tus letras están en forma.
El sufrimiento que somos capaces de causarnos unos a otros es una gran tragedia. Los griegos culpaban a los dioses, en la Ilíada no cesan de intervenir, eran ellos quienes representaban esos malos instintos que nos llevan a las avenidas del espanto, pero la razón de que seamos lo que somos quizá se deba a una serie de trágicas casualidades sucedidas durante millones de años, y que empezaron con el pistoletazo del Big Bang.
EliminarDe hecho, resulta muy curioso ver cómo, cuando los grandes criminales se enfrentan a la justicia, no reconocen sus culpas. Por ejemplo, todos los nazis acusados en el juicio de Nuremberg se declararon inocentes.
Y como bien apuntas, cada hecho tiene su importancia, tras cada hecho violento, cruel y criminal hay personas que sufren, personas a las que se les trunca la vida, personas que quedan arrumbadas en los márgenes de la Historia con su dolor y su amargura.
En mi relato he sacado de la intrahistoria, como decía Unamuno, a un individuo que muy bien pudo haber existido, un ser anónimo que pasó por este mundo y sufrió la crueldad y la injusticia de sus congéneres, que vio a miles de sus compatriotas exaltados y eufóricos mientras veían morir a un hombre: su padre.
Así que, como dices, desde ese hecho nimio se puede ahondar mucho en esas sentinas de la psique humana, quizá sólo para llegar a la conclusión de que uno debe contribuir todo lo que pueda desde el lado bueno para que el mal no logre darle la vuelta a la nave en la que todos vamos.
Muchas gracias por tu comentario, Manuel, y un abrazo grande de vuelta.
La idea de tu relato es tan simple como universal: ese disfrute insensible ante el dolor ajeno, tan difícil de entender como fácil de encontrar en mayor o menor grado rebuscando en el interior de ¿todos? nosotros. Entre la algarabía de la grada, tú has hecho zoom sobre el único punto quizá de dolor, poniendo en evidencia la brutalidad no solo de la escena, sino de la naturaleza humana en general. Es esta, a mi entender, una historia mínima, de esas que la cámara no ve, pero en las que reside la grandeza del instante, así como la del observador capaz de apreciarla.
ResponderEliminarEnhorabuena por otra de las grandes propuestas a las que nos tienes acostumbrados, Tocayo.
Un abrazo.
Nos dejas una imagen muy potente, muy cinematográfica de la terrible cotidianidad que se vivió en los tiempos en los que la vida de un hombre solo era entretenimiento.
ResponderEliminarObservo, además, un estrecho paralelismo entre nuestra fiesta nacional y la barbarie de las antiguas peleas a muerte, hasta que, ya al final, nos colocas definitivamente a los pies de la antigua Roma.
Si lo de la 'vida de un hombre' lo dejamos en 'vida', quizás no hayamos cambiado tanto.
Fantástico, Enrique. felicidades.
Un abrazo.
El universo es inmenso, pero se compone de átomos, y el mundo se compone de seres humanos que son una cantidad ínfima comparada con la de los átomos que componen el universo, pero no puede haber comparación posible entre un ser humano y todos los átomos del universo, pues nuestro cerebro, hasta que sepamos de otro ser más evolucionado, es lo más complejo del universo.
ResponderEliminarCon lo cual, lo que ocurre en un solo cerebro tiene una importancia capital, o debería tenerla, pero sólo se la podría dar un Ser omnisciente y todopoderoso, de ahí nuestros anhelos de trascendencia y de justicia, aunque quizá sólo sean una quimera de nuestra mente.
Pues esas salvajes incongruencias de la vida parecen dejarlo todo sin sentido, esa iniquidad de las masas, que hoy mismo puede verse cuando millones se arrojan en brazos del primer malvado demagogo, es una realidad dura de tragar e imposible de entender, y más cuando tales masas, como ha ocurrido tantas veces en la Historia, son captadas para cometer matanzas horribles.
Así que esa mínima desgracia entre un océano de desgracias, representa todas las desgracias y clama contra todas las injusticias y barbaridades sucedidas en este mundo.
Muchas gracias por tu comentario, Tocayo. Un abrazo.
Acostumbrados como estamos a ver películas de romanos, la imagen, como dices, es muy cinematográfica. ¿Cómo olvidar a Espartaco –interpretado por Kirk Douglas- luchando contra otro gladiador en un anfiteatro romano?
ResponderEliminarAdemás, nosotros que tenemos eso que llamamos la fiesta nacional, hemos integrado en nuestros cerebros los edificios de forma circular u ovalada donde la gente asiste para ver un espectáculo cuyos principales ingredientes no dejan de ser el derramamiento de sangre y la crueldad.
En época de los romanos, esa sangre podía ser la animales, esclavos, prisioneros, delincuentes y gladiadores, aunque entre estos hubiese también profesionales que se jugaban la vida, hoy en día es la de los animales, y no sólo en las plazas de toros, pues también hay otros espectáculos de suma crueldad donde los animales sufren el tener que convivir en este planeta con la especie más cruel de todas.
Muchas gracias por tu comentario, Antonio, un abrazo.
Poco puedo decir que no hayan comentado ya, espero que te valga que me ha gustado mucho. Muy bien contado y eso si una pena que hayamos evolucioado tan poco desde los tiempos de los romanos.
ResponderEliminarUn saludo.
Enrique, dejas una historia, tan bien escrita como siempre, que me hace pensar en la poca sensibilidad ante la muerte de un hombre. No solo eso, sino que además la masa grita enfervorizada ante tan cruel espectáculo. Pones el punto de humanidad en ese hijo. Me pregunto si tan solo llora por el padre y o también por el gladiador, pues a veces tan solo nos apenamos con la muerte del ser querido.
ResponderEliminarGran relato, amigo.
Pablo