Mis viejos zapatos
Mis preferidos. Tan gastados de suela y con el brillo perdido de sus mejores días, guardan aún su magnético poder de objetos mágicos. Alados, anduvimos juntos veredas y avenidas; subimos y bajamos empinadas escaleras… las mismas que ahora sorteo, ascendiendo o descendiendo por la rampa, sobre mi silla de ruedas.
Los magos saben utilizar la varita para sacar chispitas de todo lo que les rodea. Desde unos zapatos viejos a una chistera reluciente de la que consiguen sacar, ante los pasmados espectadores, las sombras chinescas que les ayudan a representar las historias mágicas con las que transforman la lluvia en la risa de un ángel.
ResponderEliminar¡Precioso, Manuel!
¡Qué bonito comentario, Patricia! Es un dulce poema, una canción para bailar con los ojos cerrados. Me encanta la plasticidad de esa mágica imagen de la lluvia transformada en risa de ángel. Eres de poesía y poesía das.
ResponderEliminarMuchas gracias, capitana. Mis viejos zapatos van a danzar como locos todo el día.
ResponderEliminarSon las pequeñas cosas y los elementos rutinarios los que nos hacen ver los cambios más importantes en nuestra vida. Nostalgia con la medida exacta de resiliencia. Una lección de vida cotidiana.
Gracias por tu relato, Manuel.
Gracias a ti, Manuel, por tu comentario. Ningún tiempo pasado fue mejor, pero los buenos recuerdos tejen una dulce no nostalgia, que no resta a la hora de ejercitar nuestro poder de adaptación a las nuevas circunstancias.
EliminarSaludos cordiales, Manuel.
"Alados"... con este adjetivo nos trasladas el sentimiento de vida, alegría, vigor y rapidez de quien, ahora, desde su silla de ruedas, revive su vida. Sus compañeros de siempre, gastados como él mismo, se la recuerdan continuamente. Bello relato, Manuel.
ResponderEliminarGracias, Salvador, totalmente de acuerdo en que ese adjetivo que reseñas le presta agilidad a la imagen de quien siente el pulso aún de la vitalidad en su interior.
EliminarUn abrazo.
Manuel, formidable. Me gusta un montón este micro tan poético.
ResponderEliminarTal como yo lo veo, desarrollas una ingeniosa, sensible y - gracias al final - sorprendente mirada. Mirada al pasado, a las cosas, a la relación privilegiada con ellas, en particular con algunas. Tan privilegiada que, a veces, uno sólo descubre que lo es si desaparecen ellas, las cosas, nos dejan o somos nosotros los que pasamos a otra dimensión de relación con ellas. Acaso lo que el personaje siente en estos momentos de sus viejos amigos los zapatos, sus zapatos, vaya a sentir, antes de morir (o incluso mucho antes con suerte), de su recién estrenada silla de ruedas. Otro objeto más que ahora entra en escena, en su escena.
Un fuerte abrazo!
Hola, Carmelo. En las prendas y los objetos usados va quedando una pátina invisible que es un estrato personal de nuestro uso y nuestra preferencia por ellos. Algún día inventarán el detector de usos de un objeto y se podrá estratificar quiénes y cómo lo usaron, qué lazos afectivos acabó uniéndolos con ellos. Parece cosa de ficción, pero no es así, nuestras proyecciones más subjetivas se realizan sobre los objetos. De forma extrema se manifiesta en el fetichismo, donde confluyen adoración y afección por ciertos objetos, así como una buena dosis de perversión onanista.
EliminarMis zapatos no van tan lejos, quedan en esa zona afectiva y emocional que tan bien has descrito. Un recuerdo calmado y feliz de momentos vividos y una aceptación de las condiciones del momento presente. Tal vez, algún día, llegue a consideraciones tan afectivas con la silla que ahora le permite desplazarse.
Gracias por hacer más rico mi relato. Qué harían mis letras sin lectores como tú. dormirían como viejos zapatos arrinconadas en un rincón.
Esto y un fuerte abrazo, Carmelo.
¡Qué preciosidad de micro, Manuel! Cuenta toda una vida en cincuenta palabras contada a través de unos viejos zapatos. Una genialidad. Me quito el sombrero ante usted, amigo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pablo
¡Amigo mío, a mí no me quedan ya sombreros que quitarme para saludar tus éxitos, los merecidos reconocimientos a esas historias que nos cuentas en cada entrega, aquí y en otras páginas, que desbordan el continente que los contiene con su extraordinario contenido literario.
EliminarQue te guste a ti mi relato, ya es un premio. Soy un aprendiz afortunado de tener maestros como tú que se paran a leerle y animarle.
Una fresquita me gustaría echar contigo un día en la Plaza del Salvador si se tercia. Invito yo.
Esto y un fuerte abrazo, Pablo. Gracias.
En esta época de la obsolescencia programada, en la que los objetos han de desaparecer de nuestras vidas lo más rápidamente posible para alimentar la caldera del consumo, este microcuento tuyo tiene el regusto de otros tiempos, no tan lejanos, pero que a quienes no los vivieron, pueden parecerles tan extraños como el jurásico, o quizá más, porque del jurásico algo saben por Spielberg.
ResponderEliminarEn lo que me atañe, soy de los que no les gusta tirar nada y si lo hago, es porque necesitaría varias naves industriales para conservarlo todo, y no es el caso; por el contrario, los pisos, aunque tengan sus trasteros, enseguida se llenan de objetos de toda índole, y no queda más remedio que hacer limpieza.
Pero cualquier objeto que hayamos utilizado en nuestra existencia tiene el mismo valor –a nivel personal- que unos restos antiguos de cualquier cultura lo tienen para la historia de la humanidad. Un objeto puede hablarnos, puede conectarnos con el pasado, como a Proust le conectaba con su pasado el sabor de una magdalena mojada en té; pero tampoco esto parece que tenga hoy mucho predicamento, cuando el frenesí con el que se vive es el de devorar el tiempo y las sensaciones con la misma codicia que algunos ponen a la hora de enriquecerse de la forma que sea.
Esos zapatos, en efecto, son mágicos, y lo son más en la actual circunstancia del protagonista de tu microcuento. Con ellos, cuando disfrutaba de todas sus capacidades –algo a lo que no solemos dar importancia, como si la vida no estuviese siempre expuesta al accidente e, incluso, a la tragedia- vivió muchas aventuras emocionantes, con lo cual, forman parte de él.
Que los guarde, a pesar de que ya, probablemente, nunca pueda volver a utilizarlos, dice mucho sobre su carácter, y puedo imaginármelo manteniendo conversaciones coloquiales y hasta filosóficas con esos zapatos, pues los objetos tienen su lenguaje, y si sabemos interpretarlo, podemos aprender muchas cosas de ellos.
Microcuento intimista, sabio, para paladear en el silencio de una tarde gris y lluviosa como esta que veo a través de mi ventana.
Un abrazo fuerte, Manuel.
Ay, Diógenes, cómo nos ha influido. yo también soy de los que quiere guardarlo todo... pero es que tan evocadora la piel de los objetos. Muchas de nuestras proyecciones interiores, de nuestros sueños y fantasías los hemos vivido o hemos ensayado vivirlos en ellos. bueno muestra nos dan los niños y niñas. En casi todos ellos podremos encontrar un objeto fetiche o talismán que les acompaña en su tránsito desde la infancia a la adolescencia. A veces un juguete, a veces un simple objeto como una sencilla y acogedora manta. Mi sobrina llevó de la mano a Miguelito, su muñeco inseparable durante todo ese periodo. Uno de los hijos de mi prima, la mantita. Sin ella no se iba a la cama siendo ya un niño crecido, preadolescente.
EliminarNosotros ahora, en nuestro capítulo de adultos, tal vez buscamos en ellos el tiempo perdido de Proust, esa infancia que se fue o aquel momento especial que es imposible retener.
Nadie nos conoce tanto como nuestros objetos. ¡Si pudieran hablar!
En cuanto a mi microcuento, es una historia de vida sencilla de quien mirando con emoción hacia momentos vividos con mayor plenitud, ha sabido adaptarse a su nueva situación. Ayer fueron sus zapatos, tal vez mañana será su silla. ¡Lo que le queda por rodar a este personaje por esas rampas de Dios!
Lindo y jugoso tu comentario, Enrique. Da gusto pararse entre tu letras y responderlas.
Mucha gracias por la visita. Te mando un fuerte abrazo.
Recomiendan, quienes analizan la existencia desde una perspectiva completa, no aferrarse a los objetos materiales, ni siquiera al pasado, cuando las vivencias anteriores, los lugares que frecuentamos y los objetos que nos acompañaron explican lo que ahora somos, nos ayudan a comprender uno de los mayores misterios: nosotros mismos y, en consecuencia, a afrontar mejor presente y futuro.
ResponderEliminarAl igual que las personas con las que nos cruzamos, hay objetos que pasan sin dejar huella; otros, sin embargo, por motivos que nadie sabría explicar de una forma científica, se convierten en algo muy nuestro, íntimo. Tu relato da fe de todo ello, sin recrearse en aquello de "cualquier tiempo pasado fue mejor", ni en el dramatismo, al contrario, se respira una sabia aceptación, una hermosa historia, construida con la sencillez de los detalles, desde la sensibilidad y el respeto
Un abrazo grande, Manuel
Hace pocos días encontré casualmente, buscando otra cosa en la casa familiar del pueblo, una pequeña espada que perteneció a un colgante (especie de llaveros que los niños nos colgábamos en las trebillas del pantalón). Inmediatamente, recuperé el momento en que llegó hasta mí aquel objeto, la situación vivida y las personas que participaron en el mismo, a las que no he vuelto a ver desde hace probablemente más de cuatro décadas. Realmente fue un ejercicio de arqueología de la memoria. Como por arte de magia se levantaron miles de estratos de momentos acumulados y el instante volvió a surgir prístino. Fue el objeto el que estableció el vínculo y arrojó luz sobre aquel momento perdido.
EliminarSerá por ello que a pesar de lo que los sabios nos aconsejan, nos seguimos aferrando al tacto, al olor, a la vibración que dejó en nosotros su alma de cosa al acompañarnos en según qué momentos de la vida.
Cómo me hacen hablar tus comentarios. Da gusto leerlos, Ángel. Gracias por tu visita. Un fuerte abrazo.
Supongo Manuel que esos zapatos gastados por el uso y los recuerdos nos acompañan siempre, incluso cuando ya no los podemos calzar.
ResponderEliminarUn cordial saludo
Así es Pilar, ciertos objetos acaban poseyendo partes y secretos, a veces, inconfesables, de nosotros mismos. Gracias por comentar. Saludos.
EliminarQué precioso texto de nostalgia y de vida, de pena, adaptación, resignación y alegría por vivir esa nostalgia, esa pena, esa resignación... esa vida.
ResponderEliminarMancantao!
Un fuerte abrazo, amigo Manuel.
Gracias, amigo Isidro, la vida es ese vaivén en el que parece que se regresa y, sin embargo, se progresa. Un pasito palante y otro patrás.
EliminarGracias por pasarte. Un fuerte abrazo.
El inevitable empeño de guardar objetos que dudosamente utilizaremos hace que éstos se conviertan en mágicos, su contemplación un éxtasis y la evocación de ellos en un acto que me hace cuestionarme si el calzado solo sirve para caminar o los alimentos para ingerirlos.
ResponderEliminarCreo, Cristina, que los objetos significativos son como lámparas mágicas a las que con tan sólo invocarlas, aparecen de pronto momentos e instantes perdidos, que ellos, sin saber nosotros cómo, han guardado en su memoria de cosa. Aunque, tal vez solo sea pura retórica sentimental del que guarda de su pasado un pequeño museo en cada cajón.
EliminarGracias. Saludos.
La nostalgia por una vida distinta mostrada con un poético relato sobre los viejos zapatos. Buen ritmo de la narración que nos acompaña hacia el revelador y duro final. Enhorabuena, Manuel.
ResponderEliminarUn saludo.
Las circunstancias de la vida cambian nuestra percepción sobre la misma, en este caso la situación actual hace que se tiña de nostalgia la mirada que vierte sobre los zapatos, que si antes eran, probablemente, no más que un objeto necesario y útil, hoy son un símbolo de un tiempo que se antoja mágico.
EliminarGracias por tu comentario, Josep, siempre medido y ajustado.
Saludos.
El poder de los estimados zapatos está en la mirada del protagonista. Proyecta en ellos su juventud, con sus andanzas y aventuras, cuando parecían transformarlo en un Hermes de pies alados. Con el paso del tiempo se han deteriorado, pero conservan lo fundamental, el testimonio de toda una vida. Ahí reside su magia.
ResponderEliminarHas reservado sabiamente la decrepitud para la última frase, Manuel.
Un relato bello y poético. Un fuerte abrazo.
Me encanta la exégesis, que diría nuestro querido Eduardo, que haces del relato. Tu sensibilidad sabe captar tanto sentido como forma y, además, traer a colación a todo un dios para prestarle alas al relato.
EliminarMuchas gracias por tus palabras, Carmen, son preciadas para mí. Recibe un fuerte abrazo.
No puedo dejar sin comentar este relato tuyo. El impacto que me ha producido leer el final me ha hecho darle vueltas a esos casi mágicos zapatos. No añadiré nada nuevo a los sabios comentarios que te han hecho los compañeros cincuentistas, solo quiero agradecerte el haber traído a mi mente la imagen tantas veces repetida de los momentos en los que, agachado, quitaba o ponía los zapatos, algo inútiles, a mi padre en la silla de ruedas.
ResponderEliminarSeguiré leyendo tus relatos con entusiasmo.
Un abrazo Manuel
Gracias, Javier, por tu comentario. Qué recuerdos tan emotivos ha despertado en ti. La historia que cuentas de tu padre es emocionante y perfectamente podría haber sido inspiración para este relato.
EliminarSolo las palabras superan a los objetos en su poder de evocación. El hecho que las mías te hayan llegado es muy estimulante para mí. Igualmente, voy a seguir tus publicaciones con todo interés.
Un abrazo, Javier.
Unos zapatos usados como testigos ajados del tránsito que desgasta. Compañeros ahora imposibles pero cómplices del camino andado. Hoy el camino es otro y los zapatos ruedan y me parece ver a la entereza como el mejor sustituto de un pasado inalcanzable; para todos.
ResponderEliminarUn relato que anda sobre la cuerda floja del presente, con pasado y futuro a ambos lados, y que deja elegir al lector de qué lado quiere caer.
Me ha gustado mucho, Manuel.
Un abrazo que lamento no poder darte en Madrid.
También a mí me gustaría corresponder a ese abrazo en persona, Antonio, a pesar de que inauguro ese día, me voy a acordar un montón de vosotros. Gracias por tus palabras. Nietzsche decía en una frase algo así como que un hombre no está a la altura de sí mismo hasta que no está dispuesto a aceptar las circunstancias que el destino le traiga. Lo que no quita para recordar con pasión lo vivido, como es el caso del protagonista.
ResponderEliminarDisfrutad de la quedada. Espero que pronto podamos encontrarnos.
Un fuerte abrazo, Antonio.
Magia debe de haber en la capacidad de andar para el que no puede, como para cualquiera de nosotros en la de volar. Es por eso que creo que tu personaje traslada ese poder sobrenatural a sus viejos y queridos zapatos, como quizá pudiera hacerlo algún día, ojalá que no, a su servicial silla de ruedas. Tu relato es para mí, en cualquier caso, un canto a la vida y a la magia que rodea todo cuanto hacemos en ella, si bien pocas veces seamos conscientes de su presencia.
ResponderEliminarEnhorabuena, Manuel. Llevas mucho arte dentro y lo destilas por todos lados yo diría que hasta sin querer.
Un abrazo.
Gracias por este comentario tan precioso, Enrique. Tus palabras ajustan la magia de la vida al sentido de cómo vivirla y ahí es, también según lo veo, donde reside el poder de renovar la ilusión que nos impulsa a disfrutar de ella. Sean cuales sean las circunstancias.
EliminarEl arte que llevamos dentro tiene mucho que ver con la magia personal y con el talento, según dicen. Y el tuyo es grande, amigo. Después de leer tu comentario, mi relato es más hermoso, le crecen alas y se cuenta mejor.
Gracias por pasarte. Un fuerte abrazo.
Emotivo homenaje a unos compañeros de andanzas y caminos que nos acompañan en nuestra vida hasta convertirse en las cuatro ruedas que conducen al destino final.
ResponderEliminarFelicidades, por el broche conmovedor del relato.
Saludos afectuosos, Manuel