Al punto
El sol caía a plomo, aunque no parecía importarles. Sobre aquel pedregal polvoriento, daban patadas desganadas a lo que su madre, por la mañana, les había dejado para que jugaran. Acercándose la hora de comer, los llamó.
—Chicos, traedme la cabeza del misionero. Ya estará blandita. ¿Cómo queréis las hamburguesas?
—Chicos, traedme la cabeza del misionero. Ya estará blandita. ¿Cómo queréis las hamburguesas?
Oooohhhh....no puedo escribir nada, me has dejado sin palabras.
ResponderEliminarMenos mal que no como hamburguesas y de hoy en adelante recomendaré no comerlas.
Aún no se que decir...jolines quizá!!!
Un saludo, Jesús.
La escena parece de lo más trivial, pero contiene un terrible secreto. Hábilmente sabes mantenerlo escondido hasta el final. El lector se ve sorprendido por el rayo de luz que súbitamente ilumina la escena. Aunque lo tratas con humor, seguro que algunos se quedarán un poco inquietos. Me ha gustado tu micro, Jesús.
ResponderEliminarUn saludo.
Como aquel John Allen Chau que quiso llevar al fe a Sentinel, donde no necesitaban nada que no tuvieran ya. Impactante tu relato, Jesús. Muy bueno.
ResponderEliminarUn abrazo, Au.
Jesús, me gustan tus exageraciones brutales (si me lo permites), porque son una herramienta genial para denunciar injusticias o manipulaciones. Sigue escribiendo, por favor, y dejándonos sin palabras con tu maestría.
ResponderEliminarBesos.
!!!!! ¡Nos dejas con la boca abierta!
ResponderEliminar(Aunque, pensándolo bien, no creo que salgan más de dos hamburguesas de una cabeza, no? - ¡qué gore!)
Un beso
Lo que para el lector puede parecer brutalidad, para los personajes es algo de lo más natural. Es este contraste el que sorprende al revelarse el final. Juguete y alimento con aquel que les pretendía evangelizar. Ni el más leve atisbo de piedad ni remordimiento en una escena dantesca, que se vive como cotidiana.
ResponderEliminarBuen relato, Jesús
Un abrazo
¡Qué barbaridad! ¡Vaya escena! Seguramente, en algún lugar del mundo, no será un relato tan descabellado. Cuando los niños no tienen con qué jugar cualquier cosa vale. Lo mismo con los alimentos cuando hay hambre... (No me puedo creer que me parezca poco descabellado. ajjajajaaj). Genial.
ResponderEliminarSaludos Jesús
Después de leer tu relato me asalta la duda, ¿y qué hacía ese misionero ahí? ¿Convertir a los infieles, convencerlos de que nuestro Dios es mejor que el suyo? Yo creo que aquí, en el mundo "civilizado" hay todavía mucha tarea para estos iluminados. Me ha encantado la ironía con que planteas la historia. Felicidades, Jesús.
ResponderEliminarMordaz fábula que nos arranca una sonrisa en los labios y electricidad en el pelo.
ResponderEliminarEn conjunto me ha gustado.
Saludos y suerte, tocayo
Una interpretación libre de la frase 'Dejad que los niños se acerquen a mí', en este caso 'dejad que los niños jueguen conmigo'.
ResponderEliminarEste misionero debió sacar buena nota en la asignatura de 'geografía de la salvación' pero seguro que no tan buena en 'antropología y costumbres'.
Una historia divertida y bien contada, Jesús. Divina, diría yo.
Un abrazo.
Muchísimas gracias a todos por leerme y molestaros en regalarme vuestras amables palabras. Saludos.
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