Berlín, año cero
"Soy comunista, a mi hermano lo mandó asesinar Hitler". Gritó en ruso aquellas palabras que había aprendido de memoria, pero los soldados del ejército rojo hicieron caso omiso, y la violaron entre risotadas y con total brutalidad. Mientras, sobre las ruinas del Reichstag, ondeaba la bandera de la Unión Soviética.
Siempre he pensado que Stalin y Hitler tenían posturas muy cercanas. Con una escena salvaje y deplorable, dura, muy dura, resumes a la perfección la barbarie de la guerra, la postguerra y las dictaduras. Y lo mísero de la condición humana.
ResponderEliminarSaludos.
Pablo
Brutal Enrique, y más allá de debates sobre las derechas y la izquierdas, lo que yo entiendo es que la guerra saca lo peor de la condición humana. Sobre todo porque entiendo que las brutalidades en el relato las cometen soldados rasos, totalmente embriagados por la batalla. La guerra es como un monstruo que se alimenta de las almas de todos.
ResponderEliminarUn abrazo Enrique,
Así es. Unas veces ganan unos, otras veces otros. Pero el salvajismo no tiene solución. Un abrazo, Enrique.
ResponderEliminarEnrique, enhorabuena por tanta sutileza.
ResponderEliminarLas contradicciones, como todo en la vida, tienen grados. Las más grandes son insoportables, además de caricaturescas. Y brutales, como en los supuestos a los que te refieres y que tan bien pergeñas. La deshumanización (degradación de la especie humana) tuvo en el siglo XX dos impulsos ideológicos predominantes: el nazismo y el comunismo. Tal para cual. No estaban para protegerse del otro, que la bestialidad es puro desmadre, borrachera de muerte, en ambos casos, y ni daba para mutuas concesiones.
Un abrazo, Enrique!
Verdadero como la vida misma. Y muy poco aireado... Tal vez porque huele demasiado mal.
ResponderEliminarEstupendo e histórico micro, Enrique. Enhorabuena.
Duro relato Enrique, al final los extremos son igual de desastrosos sean de un lado u otro. Esperemos no volver a ver nada igual.
ResponderEliminarUm abrazo.
Si se reconoce un extremo se es consciente de que existe otro.
ResponderEliminarTerrible,Enrique. Por los dos extremos... o por la línea de la circunferencia si es que fuese un círculo.
¿Naturaleza humana o animalidad irracional humana?
Muy fuerte. Un abrazo.
Con independencia de ideologías, razones o fundamentos, las miserias de los vencidos se airean hasta la saciedad, mientras que las de los vencedores quedan solapadas; lo que no se cuenta, no ha existido. No es algo nuevo. Anteayer (por así decirlo), en este país en el que vivimos, tenemos el ejemplo de los maquis y sus acciones silenciadas.
ResponderEliminarYa sabemos que los más débiles e inocentes son los que más sufren. El siniestro maridaje del egoísmo absoluto y la más pura fuerza bruta nada respeta y, lo que es peor, cuántas veces habrá quedado impunes. Solo la he visto una vez y sería pequeño entonces, pero recuerdo el escarnio, el oprobio, la impotencia, el contraste, lo que me chocó darme cuenta de cómo los buenos no diferían de los villanos en la magnífica "Dos mujeres", con Sofía Loren. Gracias a ti, quizá vuelva a verla con mis hijos, como herramienta útil para pensar por sí mismos y contrastar.
No cabe ninguna duda de que en la Alemania ocupada el sentimiento de venganza unido al instinto salvaje debió de generar escenas como la que tan bien has narrado. Tampoco hace falta irse muy lejos: si nos podemos a mirar (no quiero dar nombres) hay personas que sufrieron con dictaduras y luego no han dejado de hacerlo con un régimen nuevo.
Profundidad, cultura, sintaxis perfecta, original elección de temas y buena redacción, un cóctel que acompaña tus letras y que merece toda la atención.
Un abrazo grande, Enrique
La liberación de la Alemania nazi supuso la salvación de muchas vidas condenadas a una muerte segura en los campos de concentración: judíos, comunistas, homosexuales, republicanos españoles... De modo que lo que, en un principio, detuvo el genocidio del fascismo fue motivo de celebración. Pero Europa no se libró del totalitarismo. Stalin fue la figura que mejor lo representó desde el otro extremo. En tu micro descendemos a la actuación de los soldados rasos que llegaron a Berlín. En nada se diferenciaron de la brutalidad de sus rivales. Desataron sus peores instintos y se ensañaron con la cruel violación de esta mujer. Y es que, además de factores de índole ideológica, existen los del patriarcado. Las mujeres han sido violadas sistemáticamente en todas las guerras, como un botín al que se tiene derecho quien se considera vencedor.
ResponderEliminarTus micros, Enrique, nos centran en momentos históricos destacados, para descubrirnos nuevas facetas de la compleja condición humana. Son fuente de información y motivo de profunda reflexión, amén de estar escritos con unas letras impecables, como te dice Ángel, con un estilo propio que apreciamos los que tenemos la fortuna de leerte.
Un fuerte abrazo.
Las banderas hacen caso omiso de la piedad, es más, yo diría que sirven para escudar a las fieras en sus atrocidades. Bajo su manto patriótico se extiende una bula generalizada basada en el fundamentalismo de sus adeptos, que es capaz de indultar los actos más brutales ejercidos bajo ella. Casos como el que nos traes en tu relato se han perpetrado por soldados desplegados en servicios humanitarios bajo bandera de la ONU, hace apenas un lustro.
ResponderEliminarDa ahí emana esa fuerza que nos traen tus palabras, según me parece a mí, de que ilustras un caso concreto para hacer lumbre sobre un hábito perverso de carácter global. Connatural con la especie. O con parte de la especie. Concretamente con el macho machista, que en grupo dan lugar a manadas tan violentas con la mujer, tan vulgares y tan abyectas como hemos podido comprobar hace unos meses. Vayan o no bajo bandera, les vale el simple ondear al viento su propio machismo irredento.
Como todo dicho malo, dice el dicho que en la guerra todo vale, pero no debería ser cierto si la ley y la razón fueran causa y derecho de rigor en el comportamiento humano. Si el hombre recibiera una educación sexual pertinente que ubicara a la mujer en su imaginario como sujeto activo y pleno de derecho y no, como ocurre ahora, prefijado como objeto por una publicidad según el interés de los mercados.
Da para mucho tu relato, Enrique, pues toca una fibra que recorre de punta a rabo la estructura social de nuestras comunidades. Acierto indiscutible de su autor, que sabe escoger el tema, contextualizarlo y darle el marchamo breve al que obliga el formato. Lo que no excluye, en ningún grado, intensidad y excelencia. Enhorabuena.
Esto, y un abrazo, amigo Enrique.
Uno de los aspectos más horribles de las guerras es que pueden transformar a los combatientes en verdaderos monstruos, capaces de mostrar los peores demonios que llevan dentro. Incluso con enemigos que no son tales. Tu duro relato lo muestra de manera descarnada y consigues el objetivo de impactar al lector en lo más profundo. No olvidar “colectivamente” puede ser la mejor manera de defender la paz.
ResponderEliminarUn saludo, Enrique.
El abominable ser humano contado de la mando de una persona tan sabia como el Sr. Angulo.
ResponderEliminarTe admiro infinitamente, Enrique, eres un maestro de los grandes y aunque no tengo tiempo suficiente para comentarte tus micros quiero decirte que contigo siempre se aprende, así que ahí van mis felicitaciones por este y todos los relatos que nos dejas.
Beso grande.
Malu.
Tu relato bien podría ser una isla del archipiélago Gulag. La sinrazón del mal no tiene ideología, ni conoce banderas ni fronteras. Forma parte de nosotros, incluso de los que nos creemos buenos. No en vano es tan frecuente el estrés post-traumático en los soldados que regresan del frente. No solo por lo que han visto, sobre todo por no poder aceptar la evidencia de lo que han sido capaces de hacer.
ResponderEliminarErudición, originalidad y entretenimiento definen todo lo que nos has regalado con tus relatos, Enrique.
Un fuerte abrazo.
En primer lugar, agradeceros a todos –Pablo, Raquel, Aurora, Carmelo, Fernando, José Antonio, Salvador, Ángel, Carmen, Manuel, Josep, Malu y Antonio-, vuestros generosos y enriquecedores comentarios, y lamentar no poder responderos –por falta de tiempo- a todos, así que os daré una respuesta colectiva.
ResponderEliminarEl título del microcuento está inspirado en el de la película Alemania, ano cero, de Roberto Rossellini. Luego, como habéis apuntado varios, es cierto el hecho de que la historia la escriben los vencedores, y tanto Alemania y Japón, cuyos ejércitos cometieron atrocidades de un espanto difícil de imaginar, decidieron sumirse en un olvido interesado y no airear los horrores que también ellos sufrieron, al haber sido los provocados por ellos mucho mayores. Pues, cabe preguntarse ¿era necesario bombardear Alemania como se hizo? Las cifras de civiles muertos por esos bombardeos fueron de decenas de miles de muertos en algunas ciudades. ¿Era necesario achicharrar Hiroshima y Nagasaki, o hubiese bastado con lanzar la bomba atómica sobre un lugar menos poblado o no poblado para que los japoneses, al ver el arma tan terrible del que disponían los americanos, se hubiesen rendido? En fin, muchas preguntas angustiosas y demoledoras con respecto a ese conflicto infernal que fue la Segunda Guerra Mundial.
En cuanto a ese paraíso que iba a traer el comunismo, pues todos sabemos las consecuencias. El ejército rojo fue violando mujeres alemanas de toda edad y condición de forma brutal y sistemática según iban destrozando al ejército nazi, aplicando la misma máxima que los nazis empleaban con los judíos: todas eran culpables. Así, también para los ejércitos de Stalin todas las mujeres alemanas merecían ser violadas.
Pero no es nada nuevo que el ser humano, amparado en religiones o ideologías que predican el amor o la solidaridad entre toda la humanidad, cometa los peores crímenes y se emporque en la más absoluta de las crueldades y falta de compasión.
Luego está la guerra, que deshumaniza, que es una barra libre para los peores instintos, que causa tales estragos que resulta difícil entender cómo Europa surgió de esas ruinas y se convirtió en el lugar del mundo de los más ricos, y donde ha habido más derechos y libertades, en lo cual, por desgracia, estamos retrocediendo, pues los traumas de ese infernal conflicto se van olvidando y las nuevas generaciones vuelven a caer en los mismos pozos que llevan a las peores situaciones, las partidas son otras, pero la baraja es la misma.
Y también está presente en el microcuento el macho violador de todas las épocas, el que, en cuanto la ocasión le es propicia destapa su lado más animal y cae en la brutalidad más absoluta, y poco importa lo que diga creer o ser, pues su comportamiento le delata.
En fin, un descenso a los infiernos que están ahí mismo, pero que es necesario no perder de vista, recordando aquello que decían los curas, de que, al menos, sea el miedo al infierno el que no frene -pues como dice Antonio, aunque nos creamos buenos, llevamos también en nosotros esa dinamita destructora- no ya a un infierno post mortem, sino al que podemos provocar aquí en cualquier momento.