El correctivo
Se puso furioso cuando vio lo que habían hecho. ¡Qué desobedientes! Necesitaban recibir un buen correctivo. Expulsarlos sería demasiado sencillo. Imaginó otro castigo. Decidió lograr que las aborrecieran. Les obligó a comerlas crudas, asadas, fritas, cocidas, con nata, al microondas, en ensalada. Lo consiguió: Adán y Eva odiaron las manzanas.
No soy quien para enmendar la plana a nadie, menos que nadie al Creador, que se supone que sabe lo que se hace, aunque no le comprendamos a veces, pero, la verdad, ese castigo individual y sutil que planteas en tu imaginativo relato me parece mucho mejor que la expulsión del paraíso y las posteriores consecuencias para todos, que al fin y al cabo no estábamos allí ni tuvimos culpa.
ResponderEliminarOjalá pudiéramos reescribir la historia, real o imaginada, mejorándola, como sin duda has hecho y muy bien con estas cincuenta palabras.
Un abrazo, Plácido
No me extraña el odio al fruto, después del castigo cruel. La pareja acabaría con tremendos retortijones y sin ganas de seguir pecando.
ResponderEliminarHábil e ingeniosa tu historia, Placido.
Saludos virtuales.
El Creador se muestra como un padre o un profesor que debe educar a sus hijos o discípulos. Se comporta con una severidad original. Ya no le volverán desobedecer.
ResponderEliminarImaginativo y divertido micro, Plácido. Tus adaptaciones bíblicas y clásicas están pidiendo gritos una Antología. Un fuerte abrazo.
No en vano se trataba del árbol de la Sabiduría. ¿Quién mejor que su Señor para haberse decidido por tal árbol? Y por tal correctivo. Es un relato magnífico.
ResponderEliminarUn cordial saludo, Plácido.
Afortunadamente, sus descendientes hemos revertido ese aborrecimiento divinamente impuesto: yo adoro las manzanas.
ResponderEliminarMe gusta tu relato, Plácido; tiene mucha guasa y deja, además, una inquietante cuestión sin resolver: ¿dónde enchufarían el microondas fuera del paraíso?
Un abrazo.