Impulsos
Descubren a un posible sospechoso del incendio. Una jauría lo increpa.
Él jura no haber hecho nada. Algunos intuyen que quizá se equivocan. Todos tendrán ocasión de pensarlo el resto de su vida, marcada por los ojos de un vagabundo que no vio otra opción que arrojarse a las llamas.
Él jura no haber hecho nada. Algunos intuyen que quizá se equivocan. Todos tendrán ocasión de pensarlo el resto de su vida, marcada por los ojos de un vagabundo que no vio otra opción que arrojarse a las llamas.
Muy buen relato sobre los prejuicios, sobre quién es el bueno o el malo. Conviertes a la muchedumbre indignada en verdugos, ellos son los piromanos y ya aunque el vagabundo fuese culpable, buenos y malos se han igualado. Ésto, se puede extrapolar a tantos ámbitos de la vida... Que convierte tu relato en algo muy rico.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte Ángel
A veces las apariencias engañan y hay que investigar hasta la extenuación para que no quede ni un resquicio de duda antes de juzgar y aplicar una pena. Las masas encolerizadas y, a veces, dirigidas, son imparables. Solo después, en frío, se piensa en las consecuencias.
EliminarMuchas gracias, Raquel
Otro abrazo fuerte para ti
Triste pero muy real. El pobre siempre lleva las de perder, se le señala con el dedo y no importa si es culpable o inocente. Su única culpabilidad es la de ser pobre.
ResponderEliminarMe ha encantado leerte, Ángel.
Un abrazo navideño.
Para que las cosas se mantengan en un equilibrio que quizá no sea tal, pero parece que tranquiliza, es necesario que exista un culpable. Esta máxima es aplicable a muchos ámbitos de la vida, siempre compleja. En muchas ocasiones las causas no son simples y existen múltiples factores que no se tienen en cuenta, sin olvidar que muchas veces los verdaderos culpables somos nosotros mismos y no queremos verlo, Ser pobre, como bien dices, es una lacra terrible, ayer, hoy y mañana.
EliminarMuchas gracias y un abrazo navideño, Pilar
(Ellos, de forma implícita)... él... algunos... todos...
ResponderEliminarCon estas palabras vas marcando el ritmo de tu relato, las intervenciones de los distintos agentes... y el peso de cada uno de ellas en él.
Nunca he estado dentro de una "masa" pero puedo imaginar cómo una hipotética mayoría es capaz de anular los pensamientos y voluntades de "algunos". Por desgracia, hay muchos "todos" a nuestro alrededor.
Tenemos la obligación de aprender a romper las cadenas que nos atan a ellos.
Tu "vagabundo" no vio otra opción... ¿Hubiese tenido otra? Posiblemente optó por un "autojuiciosentenciaycondena" por vía rápida.
La masa descontrolada... es peligrosa, Maestro... muy peligrosa.
Un abrazo.
La propia palabra "masa" ya sugiere algo informe, despectivo, un magma en el que se diluye toda reflexión serena y pausada. No es fácil no verse arrastrado por alguna de ellas, parte de un movimiento que condiciona actos y pensamientos en una única dirección, como las mulas obligadas a arrastrar pesadas cargas sin posibilidad de desvío.
EliminarComo los infortunados que se arrojaron de las Torres Gemelas de Nueva York para minorizar su sufrimiento y seguro desenlace, el vagabundo eligió el desenlace menos malo. No es menor el castigo de sus acosadores, martirizados hasta el fin de sus días por sus conciencias.
Agradezco mucho tu lectura y comentario, Salvador.
Un abrazo navideño
Qué bien has hilado este relato, Ángel. Me ha venido a la cabeza la peli "Sospechosos habituales". Un abrazo.
ResponderEliminarNo he visto esa película y eso que es muy nombrada. Me lo apunto para buscarla.
EliminarMe alegro de que te guste esta pequeña historia, Aurora
Un abrazo, casi navideño ya
Esta jauría de personas diluyen su individualismo en el grupo, intentando así liberarse de responsabilidad. Que la víctima sea un vagabundo no hace más que confirmar que "a perro flaco todo son pulgas". Pero así funciona la sociedad, por desgracia. Los impulsos que dan título al relato son por tanto difíciles de erradicar. Un gran micro, Ángel. Abrazos!
ResponderEliminarLa necesidad de ser aceptados, de no quedar al margen, conduce a la fe ciega. Que la unión hace la fuerza es algo muy cierto. Pero la duda, la amplitud de campo, la aportación que enriquece, debe ser siempre tenida e cuenta. Juzgar es siempre complejo, hacerlo de forma superficial e injusta no puede traer nada bueno.
EliminarMuchas gracias, Pepe.
Abrazos navideños
Tremendo, Ángel.
ResponderEliminarLos grupos humanos incendiados por las pasiones, son siempre extremadamente peligrosos. No discriminan, aborrecen los matices, no acogen dudas, desprecian las medidas de prudencia, son dados a aplicar remedios expeditivos, brutales.
La parábola del incendio del bosque y la revancha en ciernes, la persecución justiciera ciega, salvaje, es aplicable a otros supuestos de masas donde la psicología social es clave.
Me ha gustado y es aleccionador.
Un fuerte abrazo!
Todos pertenecemos a algún grupo, por el simple hecho de haber ido a parar, por simple azar, a una zona geográfica y no a otra, a una familia concreta. Ver en los campos de fútbol actitudes implacables, odios exacerbados hacia los teóricos rivales, olvidando que solo es un juego, es solo un ejemplo de hasta qué punto es necesaria la amplitud de miras, el diálogo, la prudencia y los matices que tan bien apuntas.
EliminarPertenecer a una masa es cómodo y sencillo, solo hay que dejarse llevar. Pensar por sí mismo, tratar de ser justo y no sacar conclusiones precipitadas, aunque conlleve tiempo, no parece estar de moda. El radicalismo colectivo no conduce a nada bueno.
Muchas gracias, Carmelo
Un abrazo fuerte y navideño
"Algunos intuyen que quizás se equivocan". El silencio de los hombres buenos está siempre detrás de las injusticias más abominables. Creo que más de una vez he hablado de esto en mis comentarios, pues la famosa frase de M.L.K. encierra no sólo un hecho constatable a lo largo de la Historia, sino una referencia personal en mis reflexiones. Siempre me cuestiono qué recursos habría que despertar en estos individuos de buen corazón para que su voz se alzara y, a la vez, qué tipo de sociedad habría que construir para que esto fuera posible. Porque no lo será en una donde los denunciantes de casos de corrupción viven un calvario personal y profesional por haber tratado de ser honestos. Ni tampoco en un sistema donde el individualismo se potencia por encima de todo, pues un hombre sólo, por bueno que sea, no podrá nunca nada contra la masa, cada vez más manipulada por la pseudo información, crispada y estresada por unos niveles sociales cada vez más cerca del colapso en lo comunitario y desgarrada en su tejido social.
ResponderEliminarApela también tu texto a la conciencia, al remordimiento que sentirán algunos pensando en la muerte causada a un inocente. Pero esto también ocurrirá tan sólo a uno o a unos pocos. La conciencia colectiva es un pozo ciego frente a la que la fuerza de un agujero negro sería "pecata minuta".
La cosa está que arde, bien valga la llama de este relato que nos presentas, brillante y controvertido, para tomar pulso a una realidad que se me antoja de un egoísmo deslucido, a pesar de tanta lucecilla encendida que trata de engatusarnos con su guiño de felicidad.
Pero como una cosa no quita la otra, amigo Ángel, esto y un fuerte abrazo. Dicha para ti y los tuyos en el tiempo venidero.
El silencio de los hombres buenos que tan bien has traído a colación, por imposibilidad de que se les escuche, pereza o cobardía, hace que el mundo solo parezca dirigido por aquellos que más gritan, que coinciden casi siempre con los que deberían callar y no tienen razón.
EliminarExiste la posibilidad teórica de denunciar una injusticia, pero quien valora hacerlo sabe que tendrá ante sí un largo camino de lucha solitaria y de muy incierto resultado, un muro continuo de inconvenientes en su vid efímera, por lo que prefiere muchas veces guardar silencio, para mayor gloria de los necios y aprovechados.
Esta sociedad en teoría igualitaria es injusta y dirigida. Sobrevivimos como podemos, aferrados a una zona de confort de la que preferimos no movernos, a sabiendas de lo fácil que sería perderla. De eso se valen los arribistas, quienes manejan unos hilos tan invisibles como reales.
Todos nos equivocamos, forma parte del juego de aprendizaje continuo en el que nos movemos. El remordimiento, el pensar qué tal vez no se obró de la forma correcta, el reconocimiento del error es un sentimiento noble y grande, diluido a veces en esa masa ciega que todo lo justifica. El problema de algunos errores es que tienen consecuencias irreversibles y, peor aún, que vuelven a repetirse.
Mil gracias por tu tiempo y por tus acertadas reflexiones.
Te deseo lo mejor en estas fechas y en todas las venideras.
Un abrazo fuerte, Manuel
Ángel, tu micro es un claro ejemplo de la aporofobia, el miedo, el rechazo y la aversión contra el pobre, término acuñado por la filósofa Adela Cortina, que fue tristemente considerado la palabra del año pasado, debido a los numerosos casos de agresiones a los pobres, a las personas sin hogar.
ResponderEliminarEn efecto, las masas pueden comportarse como jaurías dejándose llevar por el liderazgo de unos pocos y, así, deshumanizadas, cometer actos infames, que forman parte de la maldad humana. La historia que nos cuentas es terrible. El propio acusado prefiere lanzarse a las llamas del incendio antes que caer en manos de una multitud llena de odio. Algunos, solo algunos, llegan a dudar. Todos recordarán los ojos del vagabundo, de cuya muerte son culpables aunque sea de forma indirecta.
Un micro escrito con la calidad literaria y la humanidad que te caracterizan. Crítico, doloroso. Felicidades y un fuerte abrazo.
Qué fácil resulta marginar al más débil, ensañarse con él si llega el caso, utilizarlo como chivo expiatorio de todos los males. Nadie se detiene a pensar que detrás de esas personas desfavorecidas hay una historia que merece escucharse, unas circunstancias que bien pudieran haber sido las nuestras. Es más fácil dejarse llevar, no pensar, no utilizar el corazón, solo las vísceras, dejarse dirigir por un grupo en el que nos sentimos integrados, importantes, protagonistas y protegidos. Como bien dices y por desgracia, los miembros que dudan en este verdadero pelotón de ejecución son los menos y pronto se aferrarán a esa conciencia colectiva que todo lo justifica.
EliminarEn estas fechas hubiera sido más apropiado un tema más festivo, pero me ha salido éste y agradezco mucho tu atenta lectura y tus bien fundamentadas palabras.
Un abrazo grande, Carmen
No hay nada nuevo bajo el sol, puede leerse en el Eclesiastés, lo cual, si bien puede ser cierto a nivel de pasiones y comportamientos humanos, no lo es sin embargo a nivel tecnológico y científico, donde los avances son cada vez más espectaculares, y no sabemos de qué manera podrán influir de cara a modificarnos a nosotros mismos; pues tal y como vemos que ocurre en muchas novelas y películas de ciencia ficción, las consecuencias podrían ser catastróficas, aunque también liberadoras, en esa eterna lucha entre el bien y el mal que se libra, en primer lugar, dentro de cada uno de nosotros, y luego en todas las sociedades y a nivel mundial.
ResponderEliminarLa historia que narras en tu microcuento ha sucedido muchas veces en situaciones, digamos, normales, porque cuando, debido a los prejuicios, o a la simple maldad humana, hay algún colectivo estigmatizado por su religión, su raza, sus ideas políticas, su país o, incluso, por ser hincha de un equipo de fútbol rival, se carga contra él con un arsenal de calumnias y mentiras –y si las circunstancias lo permiten con armas incluso- en las que late el odioso deseo de hacerle el mayor daño posible o destruir a quien consideramos nuestro enemigo, el pueblo judío sabe mucho de esto.
Alejandro Manzoni, quizá el mejor novelista italiano, en su libro Historia de la columna infame, cuenta unos hechos reales sucedidos en Milán en el año 1630, en la que una acusación falsa con respecto a la extensión de la peste por la ciudad, tuvo unas consecuencias terroríficas y mortales para los falsamente acusados.
Aparte de este libro, también me ha venido a la mente al respecto de tu microcuento la película Doce hombres sin piedad, con un grandioso Henry Fonda, y la estremecedora, y a pesar de ello maravillosa, Matar a un ruiseñor –basada en una genial novela-, con otro gigante de la pantalla: Gregory Peck. ¿Me estoy haciendo ya muy viejo, o aquellas generaciones de actrices y actores de Hollywood fue excepcional y los de hoy no están a su altura, quizá con alguna excepción?
A todo lo anterior, añadiré que tu microcuento me hace reflexionar sobre varias cuestiones –algunas ya apuntadas en comentarios anteriores-, como la de la masa, ese monstruo temible e informe capaz de lo peor, y a este respecto me he acordado del libro de Ortega y Gasset La rebelión de las masas, y del de Elías Canetti, Masa y poder. La masa como un ente que aglutina voluntades individuales y las lleva a cometer lo peor, al diluirse la culpa de la atrocidad o el crimen entre muchos.
Luego, la tibieza o la cobardía de quienes no se atreven a oponerse a ese monstruo ciego y feroz –y aquí podría meterse uno mismo, ya que no siempre nos atrevemos a defender lo que creemos justo en contra de la mayoría, pues hay que ser muy valiente para ello-, y también aquello del refrán de a perro flaco todo son pulgas, y cómo el más débil puede y muchas veces se convierte en cabeza de turco.
Por último, el autoinculpamiento siendo inocente, o el suicidio para escapar de esa ferocidad criminal. Lo primero ocurrió masivamente, por ejemplo, en la época de la Inquisición, y en la Rusia soviética, por poner dos ejemplos lastimosos acerca de nuestra condición, cuando las confesiones de culpabilidad se sacaban bajo torturas inhumanas.
En fin, como siempre, mucho hueso que roer en estas tus cincuenta palabras, Ángel. Te felicito por ello y te envío un fuerte abrazo con mis mejores deseos para estas fiestas y este fin de año.
Es cierto que no hay nada nuevo bajo el sol, el vocablo "novedad" parte de un concepto inexacto, razón de más para que aprendiéramos de los errores, para que no olvidásemos hechos deplorables de la Historia, con el consiguiente riesgo de repetirlos. Aprender del pasado sería la verdadera evolución, no la tecnológica, que bienvenida sea, pero como complemento de la primera.
Eliminar"Matar a un ruiseñor" y "Doce hombres sin piedad" son dos obras maestras, cuya intemporalidad demuestra todo lo que tendríamos que aprender. Te comprendo perfectamente, Enrique, igual son los años que se van acumulando, pero comparto contigo la percepción de que no hay actores como los de antes, algo extensible también a la música.
Toda la vida conociendo la existencia de "La rebelión de las masas" de Gasset y aún sin leerlo, la vida es demasiado corta. Hablando contigo, o leyéndote, soy consciente (como si no lo fuera bastante) de cuánto queda siempre por aprender, así como de la banalidad de muchas personas que hablan, más bien no callan, en una incontinencia verbal sin argumentos contrastados ni una formación mínima, se les podría definir como la antítesis de tu persona, en cuatro palabras.
Recuerdo muchas películas bélicas en las que el protagonista, siempre y casualmente estadounidense, es sometido a terribles torturas al ser capturado (después escapa) y aún así nunca revela ningún secreto más allá de su nombre y la compañía a la que pertenece. Las torturas, y las hay muy sutiles, pueden hacer que la muerte sea un alivio, por eso se dice aquello de "al menos descansó".
Sé que en estos momentos no dispones de demasiado tiempo (dichoso tiempo), por lo que agradezco más si cabe el que has empleado en la lectura de estas cincuenta palabras y en tu comentario, siempre tan enriquecedor.
Un abrazo fuerte y te deseo lo mejor en estas fechas y en las que llegarán después.
Un relato duro que hace reflexionar sobre la sociedad actual. Como bien planteas con el título, con demasiada frecuencia los impulsos nublan la razón. Muestras muy bien como pueden llevar a grupos de individuos a transformarse en verdaderas jaurías a la caza de presuntos culpables de sus desgracias. Y es más fácil señalar a los marginados o excluidos sociales, personas exhaustas sin recursos para defenderse. Acosarlos y llevarlos a un callejón sin salida les puede llevar a arrebatos autodestructivos… como un linchamiento ejecutado solo con palabras y actitudes.
ResponderEliminarUn abrazo, Ángel.
Cuántos impulsos han causado desgracias. A veces toman la forma de palabras que hieren, aunque luego puedan dar lugar a disculpas. Es peor aún, mucho más, cuando se pasa de las palabras a los hechos y éstos ya no tienen remedio. Buscar un chivo expiatorio para culparlo de nuestros problemas, errores o miserias, debe de ser un desahogo, pero nada arregla y es tremendamente injusto.
EliminarAgradezco mucho tu lectura y comentario, Josep Maria
Un abrazo y felices fiestas
En este caso no cabe ninguna duda de que es una jauría de caza mayor, la aporofobia está mucho mas extendida de lo que parece, muchas veces se confunde con racismo, a veces la gente reconoce que no soporta a los extranjeros, pero su odio no es por la nacionalidad, mas bien es por su falta de recursos, si llega un millonario o un jeque nadie sospecha de él y es bienvenido, en cambio un pobre siempre es sospechoso.
ResponderEliminarUn abrazo
Dichos prejuicios, cuantos perjuicios provocan. Como muy bien dices, donde hay dinero no hay problema, incluso aunque esté probado que han incendiado un bosque, o algo peor. Las diferentes varas de medir es lo que hace al mundo perverso.
EliminarMuchas gracias, Irreverente.
Un abrazo y Felices Fiestas
Como muchos de tus relatos, este es uno más que bien podría ser el argumento de toda una novela.Es mucho más lo que se sugiere que lo que se cuenta.
ResponderEliminar¿Te he dicho alguna vez que eres grande?
Un abrazaco.
El formato de cincuenta palabras, que debemos al gran Álex, puede ser una historia en sí misma, como también la simiente de la misma ampliada o más grande.
EliminarHablando de grandeza, cuando pienso en ella se me viene a la mente cierto autor, a la par que artista y personaje, que suele mandar abrazacos, y a quien mando ahora mismo y gustoso uno bien grande
Frases cortas, tajantes. Martillazos que expanden el eco de la venganza, como un sónar que rastrea culpables a través de ondas sordas. Y finalmente, esa fantástica frase larga que va apretando los juicios preestablecidos hasta mostrarlos completamente deshechos sobre la palma del punto final.
ResponderEliminarQué decirte, Ángel: Un relato interesante por su contenido e impresionante por su forma.
Un fuerte abrazo.
Como comentaba con el gran Isidro, el formato de cincuenta palabras obliga a economizar recursos con la pretensión, al mismo tiempo, de alcanzar la intensidad, la cuchillada o el mazazo de un martillo pilón, de forma que nada sobre. Tú eres maestro en ello, otros hacemos intentonas.
EliminarMuchas gracias, Antonio, un abrazo fuerte, muchos recuerdos y mis mejores deseos para el nuevo año.
Ángel, tu historia es terrible y el ritmo que le has dado propia de un gran "hacedor de letras".
ResponderEliminarMe ha impresionado desde la primera palabra. Para meditar.
Un cariñoso abrazo de ¿despedida?...
Hay historias que no tienen matización, son terribles y punto. Que una jauría de personas quiera destruir a otra es una tragedia sin paliativos, más aún si cabe cuando se basa en acusaciones más que dudosas.
EliminarMaría Jesús, estoy seguro de que nos seguiremos leyendo y que volveremos a vernos. Al final, los fieles a este mundillo de las letras en corto acabamos siempre encontrándonos.
Ha sido un placer leer tus buenas historias en Cincuenta.
Yo también te envío un abrazo cariñoso